Escrito por Gilberto Rocha el . Publicado en Reflexión Semanal.

Reflexión 7 de julio 2017

SÍ A LA VIDA

 

La Biblia enseña que la vida fluye de Dios Padre Viviente a través del Jesús el Hijo, quien es la Vida y que es el Espíritu quien da vida, en un mundo sediento de vida. 

Jesucristo lo expresó así: Yo vivo gracias al Padre viviente que me envió; de igual manera, todo el que se alimente de mí vivirá gracias a mí.

 

Como cristianos, debemos entender que los problemas no se solucionan matando- a la gente. Esa es la cultura de la muerte, la que usan los mafiosos, los delincuentes utilizan con la premisa “hay que matar a quien estorba o se interpone en mis propósitos”, pero lo preocupante es que últimamente la Suprema Corte de Justicia de la Nación, así como los constituyentes de la Ciudad de México, han tomado la misma postura de la cultura de la muerte.

 

El Señor nos dice: ¡Ahora escucha! En este día, te doy a elegir entre la vida y la muerte, entre la prosperidad y la calamidad. Escoger la muerte trae calamidad, escoger la vida trae prosperidad. Haciéndonos notar los efectos de escoger la vida, lo cual genera prosperidad, pero que elegir la muerte produce calamidad.

 

También lo reafirma al decir: Hoy te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre bendiciones y maldiciones. Ahora pongo al cielo y a la tierra como testigos de la decisión que tomes. ¡Ay, si eligieras la vida, para que tú y tus descendientes puedan vivir! Señalando que las consecuencias de lo que elijamos se verán reflejadas en nuestros hijos, nietos, etc.

 

El primer e insustituible deber del Estado es la protección de las personas que viven en su país y entre aquellas personas que son las más necesitadas de la protección del Estado, son los niños, los bebés no nacidos, las personas enfermas, así como quienes padecen alguna discapacidad.

 

En relación con el aborto, la permisión del Estado para la práctica del aborto, roba los derechos humanos de los niños no nacidos, es la primera amenaza de muerte que debe enfrentar el niño en su etapa de mayor vulnerabilidad, no se les ve como seres humanos, sino como objetos. No es posible hablar de Derechos Humanos, y al mismo tiempo condenar a los niños no nacidos porque no se pueden defender, ni con argumentos ni con fuerzas propias. Los derechos humanos deben respetar al niño y su interés superior.

El aborto no aporta nada a los derechos de las mujer, pues la ciencia establece que el ADN de cada ser humano es único e irrepetible, por lo tanto, su cuerpo es distinto al cuerpo de su madre, en cambio, la mujer al ejercer el derecho sobre su cuerpo, hizo uso de su sexualidad según su propio albedrío, lo que le llevó a concebir; por cierto, el ADN es una declaración escrita por Dios en el cuerpo de cada ser humano, donde se establece quien es quien, cuál es su sexo, características físicas, enfermedades, etc. y por más cirugías que una persona se realice para transformar cuerpo y por más hormonas que consuma para cambiar algunas funciones de su organismo, su ADN, no lo puede modificar. 

 

Todo ser humano posee derechos esenciales e inalienables que emanan de su naturaleza, por lo que el reconocimiento del valor y del derecho a la vida de todo ser humano debe ser indiscutiblemente protegido por el Estado desde la fecundación hasta la muerte natural. Este es un derecho natural, originario, primario, absoluto y universal. Es un bien jurídico fundamental de la persona ya que a través de él se concretizan todos los demás y sin él ningún otro derecho tendría realidad. Es un bien protegido por las Constituciones, Leyes y Tratados Internacionales; es el reconocimiento innegable que el Estado hace a la existencia del ser humano. Toda violación a este derecho tiene por definición carácter irreversible, porque implica la desaparición del titular del derecho. Por ello, los poderes públicos tienen el deber de no lesionar por sí mismos, o por la participación de terceros, la vida humana y, por el contrario, tienen el deber de protegerla efectivamente.

 

La ciencia nos asegura que la vida humana comienza con la fecundación y como tal debe ser reconocida, respetada y garantizada; es inviolable desde ese momento hasta su muerte natural. Esta inviolabilidad se expresa, en términos jurídicos y sociales, en el denominado derecho a la vida: La Convención sobre los Derechos del Niño, en su artículo 6º dice: “Los Estados Partes reconocen que todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida” (UNICEF 1989). No es lícito discriminarlos según sean “deseados” o “no deseados” para justificar abortarlos porque se introducen en la dinámica social mecanismos de exclusión y discriminación entre los niños por nacer, incluso, no se les puede ni debe discriminar por el supuesto de que nacerán enfermos o con alguna discapacidad. El aborto no es inocuo, puede dejar secuelas perdurables; su promoción no facilita en nada el empoderamiento de la mujer.

 

Los gobernantes siempre han atacado a los niños. Han sido instrumentos de satanás para destruir la familia a través de los niños, es decir, en algún momento ha sido legal asesinar a los niños, y la Biblia y la historia nos enseñan que se podía matar a un niño lo hacía sin cometer un delito, pues se trataba de obedecer una ley directa del máximo gobernante en algún país.

 

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